jueves, 27 de enero de 2011

GABRIEL LAUFER


En este momento 
en que mis impedimentos físicos son cada vez mayores, 
mi mundo interno se expande 
y toma forma en mis pinturas. 
 
Reformulo las reglas a partir de mi interior, 
invitando a descubrir y a ver más allá de lo que pinto.
___________________________
                                                                                                                        
Mi nombre es Gabriel Laufer.  
Tengo 32 años, un título universitario en Diseño Gráfico y una pasión: 
la pintura, gracias a la cual puedo expresar emociones, sentimientos y 
compartir mi sentir.
 
Tengo una enfermedad: Esclerosis Múltiple (EM) que me dificulta en 
muchas cosas y me ha dado la gran oportunidad de cambiar y de aprender...
 
Tengo un cuerpo que no responde como quisiera, pero tengo también 
la certeza de que no soy sólo ese cuerpo. 
Durante mucho tiempo estuve condicionado a “estoy bien o mal” 
dependiendo de cuán bien o mal 
estuviera mi cuerpo. Hoy me despego de él. Sé y siento profundamente 
que soy mucho más que lo que me pasa.
 
La enfermedad ha sido, es una gran maestra.  Estoy lejos de pensar: 
“Uy, tengo EM, pobre de mí!” Creo que todos atravesamos por 
circunstancias que nos ponen a prueba en la vida. No hay pruebas más 
grandes o más chiquitas, no es más importante o más dramático lo que 
me pasa a mí que lo que le sucede a cualquier otra persona. 


Podría suponer que yo soy la víctima, el que está peor porque estoy en una silla de ruedas. ¿Es lo que quiero? 
Y no, claro que no, pero seguramente es lo que necesito. 
 
Y estoy aquí, aprendiendo, riendo, creando, pintando, amando, viviendo con intensidad cada instante. 
Porque, como todos, tengo mucho más de lo que me falta. Sólo hay que saber verlo. Es una elección consciente.
Fue tal vez a través de las limitaciones físicas que me vinculé con el arte. La pintura es algo que sentí desde siempre,  pero creo que llegó cuando debía. Lo hizo en un momento en que mis manos empezaron a temblar. No podía usar un pincel, lo que no significaba que no pudiera pintar, sino que debía hacerlo con las posibilidades que tenía.   Débora, mi maestra de pintura, me enseñó nuevas técnicas para que pudiera expresarme con libertad.
Yo pinto desde el sentir. Es él quien me va dictando colores, formas, figuras que el rodillo hace aparecer sobre el papel apoyado en una mesa sostenida por caballetes. Así de simple y de mágico es el proceso de mis obras. 
No por nada mi primera muestra en el Centro Cultural General San Martín llevó el nombre de  “Pinturas del alma”.  
Fue maravilloso ver cómo algunas personas se emocionaban frente a una de mis pinturas. 
Había pensado que podían gustar más o menos, pero que alguien se emocione al contemplarlas, no estaba en los cálculos.

Cómo podría haber imaginado a los 21 años, cuando recibí el diagnóstico de mi enfermedad, que la vida iba a depararme tantas sorpresas? Recuerdo el momento en que me impusieron usar un bastón. Lloraba sin parar, no quería aceptarlo. De repente, entre lágrimas, me di cuenta de que gracias a ese bastón que tanto rechazaba,  podía mirar el cielo. Y seguí llorando, ya no de pena, sino de agradecimiento. Porque cuando tenés dificultades de equilibrio, sólo mirás el suelo, y darme cuenta del cielo fue alucinante. La gran mayoría de la gente cree que la vida termina en la planta baja y se priva de ver la belleza que hay más arriba.
 
Hoy no festejo mis limitaciones, tampoco las condeno. Llegamos hasta acá juntos y es uno el que tiene que seguir.
 
A partir de la enfermedad inicié un camino de búsqueda, de interioridad guiado por Stella Maris, una gran maestra de la Fundación Salud. Con su ayuda aprendí que se puede ser feliz a pesar de la adversidad. Aprendí a aceptar y a regirme por dos leyes esenciales: la ley de impermanencia y la de incertidumbre. Vivimos tratando de aferrarnos a la ilusión de lo “seguro”: una relación, un trabajo, la salud, una posición económica... Nos angustia, nos desespera la posibilidad de perder el control sin darnos cuenta de que lo único que tenemos es el presente, el aquí y el ahora, pues todo lo demás es incierto, pues todo pasa. Quién sabe qué nos depara el futuro? Quién sabe si voy a estar siempre en esta silla de ruedas? No pienso preguntárselo al médico. El tendrá su opinión “segura”.
Yo sé  que la vida es mucho más grande de lo que te puedan venir a explicar. 
Por eso, con consciencia, elijo estar abierto al misterio y a la sorpresa de cada día. Elijo, a cada instante, elijo pintar el paraíso, entrar en él y compartirlo.